Cuando está por terminar el año, solemos hacer balance. A veces, recordamos los objetivos que teníamos al comenzar, los que conseguimos, los que no. Nos alegramos por unos, nos entristecemos por los otros. Pensamos en los que ya no están. Soñamos nuevos sueños. Nos decimos “este será mi año” y nos entusiasmamos haciendo una lista de propósitos de año nuevo que en su mayoría no cumpliremos. ¿Te suena?
¿Se acuerdan de 2020?
Volvamos un poco la vista atrás y pensemos en los últimos días del año 2020. ¡Qué año más raro! Y triste, tal vez. Muy triste, para algunas. Seguramente, más de una estaba deseando perder de vista el 2020 con la esperanza de que 2021 fuera mejor. ¿No es así?
Los insultos al 2020 eran recurrentes. Sin embargo, yo sentí que al 2020 le debía agradecer. Aquel año lo habíamos comenzado mudándonos a nuestro propio piso. Estrenamos piso nuevo, decorado por nosotros mismos. Estrenamos barrio nuevo y vida nueva. Habíamos recibido la visita de la familia de Mallorca para el cumpleaños de nuestro hijo y lo habíamos disfrutado muchísimo. Y sí, también nos confinaron, dejamos de salir a la calle, vimos en las noticias, día tras día, cómo la gente se moría. Extrañamos a nuestras familias, la vida social, el aire del parque. Y muchos sueños viajeros se vieron frustrados al igual que emprendimientos profesionales.
Hubo días tristes en 2020 y propósitos sin cumplir, pero también días hermosos de compartir en familia los tres unas galletitas caseras, un juego, canciones, bailes. Y entre tanto, nos propusimos tener otro hijo y se nos dio. Quisimos viajar a Mallorca a ver a la familia en agosto y se nos dio. Estando allá decidimos mudarnos a vivir a la isla para estar cerca de ellos y se nos dio. Dejamos atrás nuestra vida en Madrid, nuestros propósitos de año nuevo y nuestro piso, para iniciar una nueva aventura. Aquel año me dije “el único propósito para 2021 no es un propósito sino un deseo: que mi bebé nazca sano”.
2021 traía esperanza
La llegada del año 2021 fue para muchos esa esperanza de que las cosas iban a ir mejor, sobre todo a nivel de salud. Pero las vacunas estaban tardando en llegar, seguía habiendo muchos casos de covid y la gente seguía muy alarmada. Así que tuvimos muchas restricciones. Aún así, para mí fue un año especial porque nació mi segundo hijo y el mayor empezó el cole. Eso no quiere decir que fuera todo bonito. Aproximadamente a mitad de año, todo se torció en mi interior. Empecé a sentirme irritable y sin ganas de nada. Quería irme pero no sabía adónde. Era una sensación de querer escapar de mi propia vida y no poder hacerlo que no se la deseo a nadie.
Hacía un año que había abandonado mi proyecto de coaching porque primero el confinamiento no me dejaba tiempo para nada, y después la mudanza a Mallorca, acomodarnos en la nueva vida, y luego el nacimiento de mi segundo hijo en enero. Me sentía frustrada a nivel profesional. Los niños me ponían irritable. Me molestaba el calor insoportable de julio, la humedad, todo. No veía la luz. Contacté con mi antigua psicóloga y solo pude tener una sesión porque en julio y agosto estaría de vacaciones. Fue desesperante atravesar esos dos meses sin ayuda. Tampoco estaba segura de querer hacer terapia porque no tenía ingresos económicos y me sentía culpable utilizando el dinero de los ahorros o lo poco que estaba entrando en casa en ese momento. Pero en septiembre, lo hice y empecé, poco a poco (muy poco a poco) a ver la luz.
En junio había enviado a corregir algunos capítulos del libro de viajes que empecé a escribir en 2018 y que no conseguía terminar. Agendé una cita para octubre con la editora y me propuse terminarlo. No fui capaz de escribir los capítulos que me faltaban y de corregir lo anterior hasta que no empecé terapia. También empecé a trabajar en pequeños proyectos independientes de marketing digital y me amigué con la idea de retomar lo que había sido mi profesión durante más de diez años. Pero lo más importante es que me empecé a relacionar más con mis deseos, con el deseo de escribir, con el de ser madre, con el de viajar. Todos parecían estar conectados. Y lo estaban. Los deseos son mi motor. Tardaría un tiempo más en entender que todo deseo tiene un coste y que hacer frente a ese coste es lo que me daría la paz que estaba buscando.
Balance del año 2022
Por todo lo que me pasó en 2021, cuando hace unos días hice el balance de 2022 no fue solo de 2022 sino de unos meses atrás, desde septiembre, el mes en que empecé terapia. Mirar hacia adentro y ver qué había ahí fue la clave para avanzar, para dar pasos en dirección hacia mis sueños, mis deseos, los de verdad. No los que pensaba que eran algo que quería pero solo lo hacía porque era lo más sensato, porque se lo debía a alguien o porque me parecía cómodo. Y la fuerza del deseo me llevó a volver a escribir en febrero con la idea de crear una nueva pieza literaria, a publicar en abril mi primer libro, a presentarlo en mayo, a viajar en junio a Madrid, a presentar en Argentina el libro, a volver a vivir a Madrid con toda la familia y también presentar el libro acá.
Me sentía perdida, sin identidad, y buscaba fuera lo que en realidad estaba dentro. ¿Y sabes qué? No me arrepiento de nada de lo que ocurrió en 2021 o 2022 porque me llevaron hasta acá, hasta este momento preciso en el que estoy escribiendo, que es algo que me apasiona, y compartiendo con vos, contigo, mi propio camino, por si te ayuda, por si te sirve de algo.
Hace unos días leí en el libro «Una guía sobre el arte de perderse», de Rebecca Solnit, una frase que resonó conmigo por varios motivos (las mudanzas, los cambios, la metamorfosis) y que compartí con algunas amigas. Algunas a punto de emigrar, otras ya emigradas hace tiempo, y otras que a su manera están “migrando”. Te la comparto:
«La gente que se ve introducida en otras culturas atraviesa algo similar a la agonía de la mariposa, cuyo cuerpo tiene que desintegrarse y volver a formarse más de una vez a lo largo de su ciclo vital.» Yo siento que experimenté esa desintegración cuando me vi en una nueva cultura, en Mallorca, pero también en esa nueva vida que aparece cuando una es madre. Era necesario atravesar esa desintegración para volver a nacer, para salir renovada a la vida en este nuevo ciclo que, aunque el cambio de año sea ahora, para mí ha comenzado hace unos meses.
¿Y para 2023 qué propósitos tengo?
Si hay algo que aprendí de estos últimos tres años es que no merece la pena ponerse múltiples propósitos si no están ligados al deseo, y que el deseo tiene un coste, y que las cosas no siempre salen como una desea, que pueden pasar mil cosas. Además, hay estudios que aseguran que ponerse muchos propósitos nos genera estrés y frustración por no poder alcanzarlos todos. Así que, para 2023, mi único propósito es que el deseo siga guiando mi vida.